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En el aniversario de la muerte de don Juan Valdano

Compartimos con ustedes los textos con que los académicos don Francisco Proaño Arandi, don Carlos Freile Granizo y don Jaime Marchán Romero rindieron homenaje a la memoria de don Juan Valdano Morejón cuando se cumplió un año de su fallecimiento.

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Compartimos con ustedes los textos con que los académicos don Francisco Proaño Arandi, don Carlos Freile Granizo y don Jaime Marchán Romero rindieron homenaje a la memoria de don Juan Valdano Morejón cuando se cumplió un año de su fallecimiento.

«Juan Valdano: la multiplicidad de la escritura», por don Francisco Proaño Arandi

Aunque ha pasado ya un año desde el fallecimiento de Juan Valdano, creo sentir, como a muchos de quienes lo conocieron, que solo se ha ido de viaje y que en cualquier momento nos llamará para anunciarnos la publicación de un nuevo libro o, quizás, para conversar sobre alguno de los muchos temas que atraían su interés o concitaban su preocupación.

Sin embargo, no podemos eludir la certeza de su partida, del vacío que de esa certidumbre se deriva y nos rodea, inexcusable. En contrapartida, el presente homenaje nos brinda la oportunidad de rememorar, de un modo siquiera parcial, al hombre que fue Valdano, tornando nuestra mirada a aquello en lo que pervive y nos sigue acompañando: su enorme y multifacético legado intelectual, esa prolífica producción que abarcó las más diversas vertientes y géneros, pero que sobre todo estuvo signada siempre por un insobornable humanismo, una sostenida preocupación por desentrañar la verdad de la condición humana, tanto como la admirable tarea de repensar en profundidad lo que somos, lo que desde el fondo de la historia nos determina y vuelve identificables y, a la vez, irremisiblemente precarios, en perpetuo tránsito. A ello, a esa simbiosis de precariedad y tránsito, aludió en insustituible metáfora (cito de su libro Los espejos y la noche):

El río es siempre el mismo: pero las aguas que corren por su cauce, nunca son las mismas

Un eco sin duda del saber heraclitiano, esa muestra de profunda sabiduría ya implícita en el albor de la filosofía griega, un pensamiento fundamental en el periplo creativo de Valdano desde sus más tempranos años. Para Heráclito, la existencia y la realidad misma están marcadas por renovadas, inexplicables contradicciones, una certeza que a menudo veremos surgir una y otra vez en la obra de este gran ensayista y creador de ficciones. Nada permanece. Todo fluye. Aserto esencial que será también una constante de Valdano a la hora de adentrarse en los meandros complejos y dispares del ser humano, en sí mismo, en su entorno y en su historia.

De cómo la Grecia clásica gravitó en su pensamiento y en su literatura, el propio escritor testimonia:

Fue muy temprano —dice—, en los albores de mi adolescencia, cuando cayó en mis manos La Odisea. Desde entonces, la aventura del héroe homérico, su talante y su figura gravitaron en mi imaginación literaria, al punto que se convirtieron en parte del material narrativo del que están hechos varios relatos míos, entre ellos la novela El fuego y la sombra, Juegos de Proteo y otros más.

Se trata así de un reconocerse en el mundo mediterráneo, tanto por sus ancestros, como por lo que de trascendente y decisivo en la formación de la cultura de Occidente tuvo ese vasto espacio cultural, histórico, antropológico y aun paisajístico: el Mare nostrum de los griegos y latinos.

En uno de sus microensayos, titulado “Geografía personal y emotiva”, señala:

Homero me atrajo siempre, sobre todo La Odisea y su evocación del mundo mediterráneo. Probablemente por el mismo motivo sentí, desde temprano, mi adhesión a Camus. Quizá en esto haya algo de un llamado profundo de una parte de mis raíces ancestrales, ¿no serán ecos de aquellas ‘palabras de la tribu’ de las que hablaba Mallarmé? –se pregunta– […]. El mar Mediterráneo y Los Andes son dos puntos que marcan mi geografía personal y emotiva. De ello abunda mi libro La celada. Por lo demás, me resulta entrañablemente cierto aquello que decía Cocteau: ‘es en el árbol genealógico donde mejor canta el ave’.

Esta doble vocación, mediterránea y andina, esta última derivada de su nacimiento y destino, devienen algo así como las claves secretas de su periplo creativo:

En “La ciudad de Sócrates”, un capítulo de su último libro —Tras las huellas de Odiseo—, Valdano recuerda la institución de la paideia griega, el modelo educativo de esa civilización como paradigma de una formación integral y armónica del ser humano: paideia, concepto clave que los romanos tradujeron como humanitas, punto de partida, nos recuerda Irene Vallejo en su magistral estudio El infinito en un junco, “del humanismo europeo y sus irradiaciones posteriores”.

No es casual que entre las primerísimas obras de Juan Valdano se encuentren las siguientes: La nación ecuatoriana como interrogante (1971) y Humanismo de Albert Camus (1973).
Humanista él mismo, conceptúa así el pensamiento de Camus:

Su voz —señala en la introducción a ese libro— es la de un hombre libre y honesto que afirma la vida, que dio testimonio de su tiempo y en una época en la que los lobos habían aprendido a hablar como los hombres”.

Repitamos, con Valdano: “una época en la que los lobos habían aprendido a hablar como los hombres”. La época, justamente aquella que condenaba Camus, infamada por el fascismo, el nazifascismo, el estalinismo, es decir, el totalitarismo, lo inhumano. Época en que, por otra parte, sobrevenía sobre los hombres el espectro de la guerra nuclear y del equilibrio del terror. Hoy, cuando otros lobos, hablando la lengua de los hombres, lanzan sobre el escenario de nuestra época, sus bárbaras mesnadas y misiles, parece tornarse más que nunca indispensable la palabra de hombres como Valdano y Camus, o de Saramago, ese gran moralista del siglo XX.

En ese libro primigenio, Valdano medita sobre cómo Camus, frente al absurdo de la existencia, frente a la temprana experiencia del mal, opta por una actitud vitalista: la asunción de la vida a plenitud, en el marco de una conceptualización que proviene del paisaje y cultura mediterráneos —justamente— y de la antigua sabiduría clásica helénica. “El joven Camus, dice, se siente heredero de una antigua sabiduría. Hombre nacido en África del Norte y al borde del Mediterráneo se siente cercano a los ideales éticos y estéticos de los antiguos griegos. Camus, sin el Mediterráneo y sin Argelia, no hubiera sido Camus. Junto al sol está el goce sensual, la vida en toda su riqueza sensible, tesoro irrenunciable para el hombre”.

De manera similar, esa omnipresencia de lo helénico, marca la evolución del pensamiento de Valdano. Si en su temprana adolescencia tuvo la experiencia exultante de La Odisea del mito de Ulises, como símbolo cabal del destino humano, resulta sintomático y por demás significativo que en las postrimerías de su vasto y rico periplo intelectual, volviera físicamente a surcar las aguas del Mediterráneo, a visitar lugares emblemáticos como Olimpia, Delos, Atenas, en una experiencia de la que dejó en su último libro ya citado, o penúltimo, Tras las huellas de Odiseo. Un libro que es varios textos a la vez: memoria, crónica, ensayo, libro de viajes, pero sobre todo una prolongada meditación sobre la cultura, el pensamiento y el destino del ser humano.

Junto a la señalada hay otras múltiples líneas por las que transita la polifacética aventura creadora de Valdano.

Ejemplar, me parece, su prolongada reflexión en torno a su patria ecuatoriana y andina. Preocupación patente, tanto en su profusa obra ensayística, cuanto en sus narraciones; ya en el cuento, ya en la novela. Trascendentes también sus indagaciones sobre el arte, la literatura y la creación misma.

Se trata de indagaciones que sustentan la trama y que, por sobre esta, constituyen el verdadero tema. A modo de ejemplo, citemos el corto relato denominado “Los espejos y la noche”. Allí, un niño va descubriendo lo que parecería será su vocación y su destino, lo que solo comprendemos al final con esta frase maestra: “Nadie —ni él mismo— se dio cuenta de que en su alma sensible estaba gestándose un demiurgo”. De un modo tan preciso, el escritor aborda la génesis de un destino creador, probablemente el suyo.

Extrapolando esta preocupación al plano universal, en su cuento “El Tigre” aborda un tema apasionante: el ser humano, el homo sapiens, en el alba de la historia gestando lo más característico de su proceso de hominización: el arte, principio de toda cultura.

Metarrelatos donde el autor plasma cruciales inquietudes, metafísicas, antropológicas, historiográficas, existenciales.

El historiador, que es también fundamentalmente Valdano, se entrecruza a menudo con el creador de ficciones. De esta faceta central, esto es, su dimensión historiográfica, se ha preocupado eruditamente Carlos Freile Granizo. Yo solo quisiera añadir, enfocándonos en su quehacer literario que, en cuanto lector, uno tiene la impresión de que previamente a la confección de sus relatos históricos se ha producido un intenso debate entre el historiador y el creador, entre el cronista y el artista del lenguaje. Finalmente, suele triunfar el creador. El propio Valdano lo cuenta, refiriéndose a esa simbiosis de la que nacen la novela o el cuento históricos. Lo hace en su “advertencia” a su tomo de cuentos El Tigre y otros relatos.

Lo que Tucídides no ve porque no le interesa, el ciego Homero lo siente y engrandece Y si para Platón, el gran Homero fue un mentiroso de lo singular, para Aristóteles, en cambio, fue el único que logró elevarse sobre la agobiante casuística del cronista.

Y añade:

“La mentira de la ficción poética trasciende cuando se convierte en imagen de la verdad humana. La existencia es proteica, se transforma, es histórica, mas, la esencia de lo humano siempre será semejante a sí misma, es ontológica. La vida —y la Historia, recuento de ella— no solo es lo diverso y lo que se modifica; también es lo que permanece. Es el río que transcurre y es la roca que persiste. Cada quien es Uno y, a la vez, el Universo. Más allá de lo exclusivo de la tribu siempre hallaremos un nosotros que conoce la humanidad entera”.

Este juego de planos diversos, entre historia y ficción, entre pasado y presente, le permite abordar tramas y temas en inquietantes relatos, entre ellos, “Saduj: el otro hombre”, sobre Judas, el más grande traidor de la historia, o “Asedio en la Camarga”. O “La gran farsa del mundo”, donde a través de la imposible y fantástica incursión en el imaginado interior de un cuadro de Velázquez, el personaje narrador se introducirá en la corte de Felipe IV y luego, mediante una traslación mágica, en otra de las magistrales pinturas de ese gran artista español: “Las meninas”.

En esa misma línea de fabulación de la historia, que nos permite desvelar sus interioridades, se inscriben sus novelas como El fuego y la sombra o Mientras llega el día. Esta novela, creo que la más conocida de Valdano, nos describe como debieron ser los días previos a la matanza de los próceres quiteños del 2 de Agosto de 1810, una fecha de la que hoy precisamente se cumple un aniversario más.

En su profusa saga de ensayista, Valdano ha repensado en profundidad sobre el sentido y devenir de la historia, la cultura y la literatura ecuatorianas. En 1975, propone una interpretación de nuestra historia basada en el método generacional. Reflexiones que han ido ampliándose y ahondándose en libros como Identidad y formas de lo ecuatoriano (2005), Generaciones e ideologías y otros ensayos (2010), o en la La nación presentida, cuya sola enunciación nos lleva a certezas ambivalentes, pero clarificadoras. ¿Somos en verdad una nación? Y, si lo fuésemos, ¿cuál su destino? Con este texto fundamental, Valdano renueva un ciclo de pensamiento y afirmación, que empieza cuando el jesuita exiliado en la Italia de fines del siglo XVIII, Juan de Velasco, planteara la posibilidad de un sustentáculo de nación, contándonos la posible historia del Reyno de Quito, y lo amplía en esta obra, La nación presentida, donde el pensador moderno nos propone todavía el sueño de un país que no termina de hacerse, de ser, de no cuajar siquiera como revelación.

A las incertezas del siglo XIX y del XX, en que el predominio del componente blanco-mestizo solo hacía posible una intelección de nación criolla, excluyente y colonizada, Valdano opone la emergencia, a partir de 1990, año de la insurgencia indígena, de una nación-otra, esa nación –señala– “que había permanecido soterrada, por siglos, en las penumbras de la historia: esa nación-otra de los pueblos indios y afrodescendientes”. Frente a ello, dice, nos hallamos hoy, “en la tarea de reformular la Nación a partir de la multiculturalidad. El Estado es plural. La Nación es diversa. El Ecuador es uno”.

El historiador y el narrador de ficciones se encuentran de pronto en la misma encrucijada: el reto de interpretar la realidad, en su pasado y en su presente. Enfrentado a ello, Valdano, el pensador, nos propone convincentes respuestas.

Como Ulises, el héroe homérico, el nauta librado al azar de un viaje imprevisible, escindido trágicamente entre la búsqueda del origen y la siempre reiterada improbabilidad de la existencia, Valdano emprendió muchas de sus aventuras literarias impulsado por ese afán primordial de comprender el mundo y la cambiante realidad que vivimos. Buceó en sus cuentos y novelas, tanto como en sus ensayos y aun en el periodismo de opinión, en las más distintas dimensiones del pensamiento y, de un modo incisivo, en la historia, en la universal y en la del país. Y aportó, sin duda, al mejor conocimiento de la cultura y el ser ecuatorianos. Todo ello en un amplio registro de inquietudes y referencias provenientes de la sabiduría antigua y moderna.

Hace un año, en medio del dolor derivado de su fallecimiento, me fue dado pronunciar para Juan las siguientes palabras:
Es cierto que has partido, Juan. En la memoria de tus amigos y colegas queda indeleble el recuerdo de tus palabras, de esas charlas en que exponías con generosidad y lucidez tu pensamiento. Dejas una familia en que el crear e innovar es un asunto cotidiano.
En el mar proceloso y lleno de riesgos de la realidad que nos acosa, en estos tiempos convulsos, miro tu nave alejarse y detrás, alcanzándonos, la estela profundamente suscitadora de tu palabra. Has vuelto a Ítaca, como el héroe homérico y, al igual que este, queda indeleble la memoria de todo lo que lograste, en la cultura y en la vida.

«Juan Valdano, historiador», por don Carlos Freile Granizo

Siento una enorme satisfacción por participar en este homenaje a la memoria del querido amigo y preclaro académico Juan Valdano, al mismo tiempo que pena por su ausencia. Me empeñaré en destacar alguna característica propia de su faceta de historiador pues sus trabajos sobre el pasado de los ecuatorianos significaron aportes imprescindibles, por ello perteneció con todo derecho a la Academia Nacional de Historia como individuo de Número; esta pertenencia, y es de lamentarlo todavía hoy, se interrumpió por los ambiciosos manejos políticos de alguien a quien prefiero no calificar.

Enrique Ayala en su estudio La Historia del Ecuador: ensayos de interpretación asienta: “Juan Valdano Morejón no es un historiador”[1] y lo dice porque la principal preocupación de nuestro académico se dirigió a la literatura y a la reflexión sobre el pensamiento ecuatoriano, pero reconoce que elaboró una propuesta de periodización de nuestra historia. Así es, pues Valdano fue quien con mayor empeño y constancia se dedicó en nuestro país a desarrollar el método generacional para el estudio del pasado, sobre todo de la cultura, pero no se enfrentó al problema sin un bagaje teórico previo; capítulo fundamental de su primera obra La pluma y el cetro que amplió en Ecuador: cultura y generaciones[2] es el “Ensayo de constitución de un método histórico”; allí define su postura ideológica con claridad al afirmar que “la contradicción está determinando el modo de ser de la realidad humana”, esta fórmula, de indudable y clarísima matriz hegeliana, reaparece en sus obras[3] y está vigente en el discurso de incorporación a la Academia Nacional de Historia[4]; en este mismo discurso se aprecia el complemento axial de la visión de la realidad sustentada por Valdano, allí dice: “No es la ideología la que determina la vida, como sostenía hasta hace poco cierto cenáculo de dogmáticos, sino al revés, es la vida la que condiciona la ideología…” Paráfrasis de la conocida tesis de Marx, la séptima sobre Feuerbach, presente de variadas maneras en toda su obra[5]. En resumen, Valdano sostiene que el único método apropiado para conocer la realidad “no puede ser otro que el método dialéctico”.

A la contradicción Valdano une “la afluencia de las individualidades”, pues reconoce que “una visión de lo infraestructural solo se completa reconociendo el lugar que le corresponde a la afluencia constante de las individualidades”. Valdano rechaza de plano la manera romántica de exaltar al individuo excepcional, pues la objetividad realista obliga a “tomar en cuenta junto al impersonal condicionamiento social el indudable estilo personal”, lo cual permite armonizar el detalle con el conjunto en el análisis histórico. Si no estoy equivocado en este punto se nota una cierta influencia de Antonio Gramsci.[6] Para Valdano esta solución suena bien en teoría, pero ¿cómo llevarla a la práctica en el estudio de los hechos históricos? Sostiene que la integración de ambos extremos se consigue apelando al concepto y realidad de la “generación”, en el sentido de grupo de personas nacidas alrededor de un mismo año. Y esto es así porque “cuando en un momento dado de la evolución de una sociedad surgen cambios significativos en la cosmovisión legada por el pasado, nace una generación”, dice. Con cada generación domina en la sociedad un conjunto determinado de ideas, de intereses, de modas y modales y “hasta un léxico en el que no falta el neologismo, audaz testigo de lo nuevo”, estima nuestro autor. Cada generación enfrenta los eternos problemas humanos y los comprende, o trata de hacerlo, desde su propia sensibilidad. Valdano, con toda razón, niega que con la llegada de una nueva generación todo cambie, pues los diferentes factores constituyentes de la sociedad varían con diversas intensidades.

En este momento Valdano ya ha elaborado el núcleo integrador de su sistema de acercamiento a la historia; pero, al poner la mira en el devenir cultural y literario de nuestro país, de inmediato constata una circunstancia ya evidenciada por otros autores, como Guillermo de Torre, quien afirmó que una “de las claves de las letras hispanoamericanas es su asincronismo y discordancia temporal con relación a las corrientes literarias europeas”. En el caso ecuatoriano esa asincronía es más profunda, pues no solo hemos ido a remolque de la cultura europea sino de la propia latinoamericana. “La nuestra es, dice Valdano, una asincronía en segundo grado”.

Con estos elementos se lanzó a periodizar nuestra historia cultural como marco de su propio análisis del devenir ecuatoriano. No partió simplemente de los acontecimientos políticos, actitud que critica, más bien fue a buscar cambios significativos en la cultura quiteña. Encontró que el proceso, largo y complejo, comenzó con la toma de conciencia geográfica, vale decir, en un momento dado los quiteños se captaron a sí mismos con una identidad territorial propia, no identificable ni con España ni con el Perú o la Nueva Granada; este paso se dio con la elaboración del mapa del Reino de Quito por parte de Pedro Vicente Maldonado, a quien Valdano identifica como el descubridor de la realidad física de este reino. Poco tiempo después, otro ilustre riobambeño, el padre Juan de Velasco, se convertirá en el descubridor de la historia quiteña, “particularizada y distinta de otras realidades humanas colindantes”. Para el futuro navegar de la nave de la cultura quiteña fue fundamental el impulso logrado por estas dos velas: la conciencia geográfica y la conciencia histórica. De allí surge lo que Valdano llama la “Conciencia de la propia identidad”, base indispensable para las que le seguirán: la “Conciencia liberal” y la “Conciencia socialista”; dejo a los sociólogos, antropólogos y politólogos el desentrañas los aciertos y desaciertos de esta tesis. Sin embargo, debo recalcar el esfuerzo intelectual realizado por Valdano para darse una base metodológica en su trabajo de historiador de la cultura; como es notorio esa base necesita de un soporte previo, teórico, como lo he mostrado sucintamente en estos párrafos.

Por lo dicho podemos incluir a Valdano dentro del grupo de la llamada “Historia interpretativa”, pues, como bien afirma Rodolfo Agoglia, “La historia interpretativa da por supuesto que los hombres actúan en ella impulsados por ideales, valores, aspiraciones, propósitos, fines y objetivos, y que estos intereses son los que confieren a la historia su movimiento y su sentido”[7]. (El resaltado en el original)

Cabe subrayar que la periodización elaborada por Valdano no cae en el mecanicismo temporal, pues, para evitar esa trampa en que han caído otros investigadores, analiza de manera muy concienzuda los cambios culturales que se han dado a lo largo de nuestra historia y los aportes de los diversos pensadores, escritores, etc. A partir de allí elabora sus listas generacionales, aplicadas a nuestra realidad, no copiadas de Julián Marías u otros cultores de este método.

Los señalados constituyen indudables aportes de Juan Valdano tanto a la periodización de nuestra Historia como a su interpretación; sin embargo esto no significa, como sucede con todo trabajo historiográfico, que este modesto lector esté de acuerdo con todos sus análisis y conclusiones, tanto más que en ocasiones nuestro respetadísimo autor se basa en lecturas poco exactas realizadas por otros investigadores en el campo de la Historia.

Esta salvedad no desmerece para nada la labor ingente como historiador de la cultura, sobre todo de las letras, llevada adelante por el sabio y entrañable amigo, cuyas ideas tienen ya un lugar garantizado en la historia del pensamiento ecuatoriano.

Bibliografía

Agoglia, Rodolfo (Estudio introductorio y selección): (1985) Historiografía ecuatoriana, BCE-CEN, Quito.
Ayala, Enrique: (1985) La Historia del Ecuador: ensayos de interpretación, CEN, Quito.
Gramsci, Antonio: (1967) La formación de los intelectuales; Grijalbo, México D.F.
Marx, Karl: TESIS SOBRE FEUERBACH – Thesen über Feuerbach (1845) ehu.eus (consultado el 25 de julio de 2022).
Valdano, Juan: (1985) Ecuador: cultura y generaciones, Planeta, Quito.
Valdano, Juan: (2003) Generaciones e ideologías en el Ecuador, ANH, Quito.
Valdano, Juan: (2007) Identidad y formas de lo ecuatoriano, Eskeletra, Quito.

«En memoria del escritor Juan Valdano», por don Jaime Marchán

Me siento muy honrado de participar en este homenaje a Juan Valdano. Aunque se trata de un tributo póstumo, Juan seguirá estando siempre con nosotros a través de la memoria y de su obra.

Conservo de él los más vívidos y gratos recuerdos. Nunca olvidaré mi primer encuentro con él aquella tibia tarde de junio de 2008. Yo acababa de retornar de una larga estancia en el exterior y de incorporarme a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, donde él, miembro de número en la silla «H», desempeñaba las funciones de Tesorero de la entidad. Lo que más me impresionó de él fue su extraordinaria calidad humana. Su compostura , su voz articulada y apacible, su conversación culta y elegante me advirtieron de inmediato que me encontraba frente a un gran escritor de refinados atributos personales. Tan pronto como empecé a leer su obra, supe que Juan Valdano había hecho del humanismo la búsqueda de su filosofía y estilo personal de vida. Esa vocación, esa condición suya estaba presente en todas sus acciones y escritos. Un día memorable me invitó a su casa y conocí su bien nutrida biblioteca, iluminada por la intensa luz que venía del jardín contiguo donde cultivaba fragantes limones y plantas silvestres. Al recorrer los gastados lomos de sus libros, constaté que leía permanentemente a los clásicos para coger el tono, la altura y la certeza de lo ético y perenne. Ese rigor estético, esa claridad y fortaleza de espíritu se traduce en la elegancia, precisión y vigor de su escritura. Nos sentamos y hablamos de muchas cosas. Era un gran conversador, pero lo que más me cautivó de él fue su arte de escuchar.

Pocos años después, el 1 de junio de 2016, por deferente invitación suya, tuve el honor de presentar en la Alianza Francesa de Quito su magnífico libro titulado Humanismo de Albert Camus. Dicho libro reviste especial interés no sólo por el tema objeto de estudio, sino porque en él nos ofrece un penetrante y certero análisis de la obra de Albert Camus desde una óptica humanista, algo que fluye sólidamente de la pluma, formación intelectual y convicciones filosóficas de Juan Valdano.

Las profundas sugerencias derivadas del ensayo de Juan Valdano sobre Camus me llevaron a releer La peste, sin imaginar que pocos años después el mundo padecería una pandemia devastadora, cuyos trágicos efectos aún están con nosotros. No sé si los grandes novelistas, como Camus, al concebir sus obras, se proponen crear una metáfora determinada de la condición humana o si ese resultado, ese milagro metaliterario deviene a posteriori —en pocos, poquísimos casos— de la obra creada. Sea de ello lo que fuere, luego de leer el ensayo de Juan Valdano y sus esclarecedores comentarios sobre La peste, encuentro que no existe mejor alegoría que la desarrollada en esa célebre novela camusiana para describir la condición general del mundo cuando ciertos valores esenciales de la civitas humana empiezan a colapsar en una atmósfera lacerada por la tiranía, la corrupción y la absurdidad de la guerra.

En su ensayo sobre Camus, Juan Valdano nos presenta también un amplio capítulo sobre la vida del nobel francés, el cual nos acerca a las facetas más importantes y complejas de su pensamiento y de su personalidad. Si un ensayo de este calado intelectual puede ser leído con tanta fluidez en porque en él se juntan, a un mismo tiempo, una escritura diáfana y el virtuosismo del maestro que quiere y sabe transmitirnos lo mucho que conoce sobre el tema.

En este homenaje es oportuno reconocer que El humanismo de Albert Camus constituye un valioso legado de Juan Valdano a la crítica literaria del siglo XXI, al ofrecernos un estudio lúcido, actual y profundo la literatura del célebre escritor francés, a través del cual, con maestría y rigor, desenreda el intrincado nudo filosófico de la obra camusiana. Pero hay algo más: la citada obra es, en sí misma, una toma de postura de Juan Valdano en favor de un humanismo posible y esperanzador, basado en la condición humana.

En cuanto a la faceta de Juan Valdano como narrador, deseo relievar su novela Mientras llega el día, acaso la más destacada de su opus literario. Se trata de una novela histórica, compleja y bellamente escrita, que agita el pasado y que remueve la conciencia sobre nuestro devenir y destino como nación y como ciudadanos de ella. Por encima de su rica factura literaria, dicha novela sobre el pretérito es también una lúcida advertencia contra toda forma de tiranía en acecho, admonición que nos despierta, en medio de un sobresalto, del lánguido sueño de la historia. Su verdadera intención es agitarnos, provocarnos, meternos en un mundo frágil e inestable que nos exige todo el tiempo una firme toma de postura en resguardo de la democracia y de la libertad. Nada sorprendente en un escritor cuya vida ha sido testimonio permanente de su compromiso con la democracia, con la libertad de expresión y con la independencia del escritor frente a toda forma de poder.

Corría el año 2018 cuando Juan Valdano nos invitó a Francisco Proaño y a mí a tertuliar sobre literatura al filo de una taza de café. Intercambiábamos borradores de cuentos para leerlos por separado y comentarlos en el siguiente encuentro. Gran conversador y hombre de vastas lecturas, aquellos encuentros fueron para mí sumamente enriquecedores. Lamentablemente, la publicación de mi novela Anaconda Park: la más larga noche, parábola distópica contra el poder político autoritario y populista, me aconsejó trasladarme a Costa Rica, mi segunda patria, privándome de seguir participando en esas tertulias literarias. Sin embargo, para mi grata sorpresa, al poco tiempo de encontrarme en Costa Rica, Juan me envío el mecanoescrito de Ciudad soñada, un conjunto de relatos breves, pidiéndome que escribiera el prólogo del libro que los contendría. Ignoro si ese libro de Juan se publicó con ese título o con otro. Lo que sí sé, por haber leído a profundidad el texto que él me envió, es que contenía una docena bien medida y pesada de cuentos, ese elusivo género de la literatura que tarde o temprano pone a prueba el talento y el oficio de todo buen escritor. Profundo conocedor de los mitos clásicos griegos y latinos, así como de las teogonías ancestrales, Valdano se mueve con holgura en este laberinto de signos, oráculos y certezas. El autor y su obra se desplazan por el vasto mundo con un sentido heracliano, fluyente, de la vida. Aunque el orden de los relatos no impone una secuencia de lectura, cada uno de ellos nos remite invariablemente al punto de búsqueda y al profundo sentido de lo humano. Los relatos están ambientados en diversas geografías y entornos culturales, demostración palpable de que viaje y literatura son intemporales y apátridas. La lectura de dichos relatos fue placentera, casi musical, porque el estilo de este gran escritor —no importa el tema que trate— es terso, bellamente escrito y lleno de imágenes sugestivas en sucesión continua. Aquellos cuentos obran el milagro de alejar al lector del molde de las letras y trasladarlo a otros mundos. Haré breve mención algunos de ellos. En Temor y temblor el autor nos lleva a un paisaje telúrico de corte apocalíptico que nos recuerda lo mejor de Malcolm Lowry en Bajo el volcán. El escenario escogido por el escritor ecuatoriano es la ciudad andina de Baños, en las faldas del volcán Tungurahua. Con frases breves y precisas, Valdano describe el escenario de espanto en el preludio de un inminente cataclismo: cielo sombrío y estremecido de relámpagos, nubes de ceniza, olor sulfúrico punzando los pulmones, piedras que han adquirido el resbaloso brillo de la obsidiana, tremores subterráneos… Allí, en medio de ese paisaje de pesadilla y ante la inminencia de la muerte, cae la máscara de la mentira y refulge la verdad. Este relato se impone por su tensión dramática y la maestría narrativa.

El Padre Dionisio y sus ovejas descarriadas, otro de los cuentos, es una fábula en la que el narrador se las ingenia para convocar al presente —sin propósito moralista alguno— la tensión perpetua del alma humana entre lo profano y lo divino, el arco y la lira, lo dionisiaco y lo apolíneo. Una vez más, el autor acude a su vasta cultura clásica y humanística para extraer de esta historia lo más profundo de lo humano.

El tigre —otro de los relatos— es un cuento que sorprende por su perfección formal. Ágil, rápido y certero como la lanza del cazador neolítico que da muerte al félido. En la apretada y plástica representación de la escena, semejante a una pintura rupestre, todo está expuesto en medio de una estremecedora belleza. No hay una sola palabra, un solo elemento ajeno a su propósito: esencia de pavor y coraje, lucidez y embriaguez onírica.

El relevo es el más breve de los cuentos de esta estupenda colección de relatos. Apenas 26 líneas. Un texto hermoso y límpido, que rebosa ternura y sabiduría. Una pequeña cifra, un algoritmo de ordenamiento léxico que nos lleva a lo más profundo del corazón humano mediante una eficaz escena de contaste entre el amanecer y el ocaso de la vida. Una verdadera joya; un humilde y pulido guijarro en el sendero de la vida donde abundan aristas amenazantes y filosas. O —en mejores palabras del autor— un «aritmético juego de sumas y sustracciones de los contados días de la vida de un hombre».

Si todos los cuentos de esta colección de Juan Valdano son de altísima calidad, Animal herido alcanza, a mi juicio, la cima. En él se mueven con máxima precisión, igual que las piezas de una máquina de relojería, los elementos de un relato perfecto. La apertura congela al lector en un suspenso crispante, esa especie de premonición y delirio que anhela encontrar al comienzo de toda excitante aventura. Cualquier cinéfilo adoraría la sucesión sin tregua de las imágenes que se agigantan en la mente conforme se contamina de la fiebre que lo envuelve. Sólo las novelas de suspenso y aventura de Michael East —seudónimo de Morris West— me han cautivado tanto como la tesitura de este magnífico cuento, su trama, maestría narrativa e impredecible final. Algunos pasajes, su entorno prístino e insólito, el instinto animal y su salvaje bravura me han recordado también los cuentos de Herman Melville en Las encantadas.

Al final del libro aparece su postrero relato, los Espejos y la noche, es decir, la memoria de lo vivido y el irredento oficio del escritor llamado a convocar al solitario altar de su oficio, una y otra vez, hasta el último día, el demiurgo de su creación literaria.

Así, con la añoranza que deja en la retina y en el corazón la visión de lo bello, esta colección de relatos de Juan Valdano, ese gran escritor ecuatoriano, es capaz de llevarnos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo y en el espacio gracias a su inmensa cultura, exquisita sensibilidad y al embrujo y dominio de una prosa limpia, elegante y persuasiva. Pero si sus cuentos se leen con deleite, hay algo intangible que su escritura transmite: el reflejo interior de un espejo de mil prismas que proyecta la diversidad del mundo, la pasajera existencia humana y una fe insobornable en el poder redentor del arte y la literatura. Una cultura humanista que no expone ni explica, sino que fluye de su rico interior y que ilumina e irradia del conjunto de su obra. Una obra vasta, compleja y rica que no es indiferente a una humanidad transida, sino que está impregnada de una lúcida comprensión del sentido trágico de la vida y, a la vez, de un optimismo noble, altivo y sincero en el destino final del ser humano.

A veces me he preguntado si vale la pena que un narrador pase tantas horas dedicado a escribir ficción, es decir mentiras. Las novelas de Juan y sus espléndidos relatos, reafirman mi profunda convicción de que la literatura es uno de los extractos más puros de la realidad destilados por un escritor. La realidad es su materia prima. Juan Rulfo dijo en una entrevista: «Todo escritor que crea es un mentiroso; la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación».

La obra narrativa de Juan Valdano, en su conjunto, tiene la virtud de hacernos sentir su literatura como nuestra, como algo que se suma a lo que llevamos y a lo que somos, pues la literatura no es algo que «está», sino algo que «se hace».

Felicito a la Academia Ecuatoriana de la Lengua por haber organizado este justo homenaje a la memoria y a la obra de Juan Valdano, un escritor que, sin duda, ocupará un puesto relevante en nuestras letras como narrador, ensayista y articulista, géneros en que los demostró, con nervio y tinta, su enorme talento. Borges dijo más de una vez que no importa el autor sino la obra creada por él. Pero, para quienes tuvimos la fortuna de conocer personalmente a Juan, ambas dimensiones son indisolubles. Ello porque, como certeramente expresa Michael Foucault, «el escritor no sólo hace obra en sus libros, sino que su obra principal es, en última instancia, la totalidad de la vida y también el texto».

Estoy feliz de haber conocido a Juan Valdano personalmente y a través de sus escritos. Ambas cosas dejaron profundas huellas en mi espíritu. Cuando recuerdo a Juan Valdano sentado en su biblioteca, con el luminoso y apacible jardín a sus espaldas, pienso en su rica vida interior, en su estilo de vida clásico, sencillo y bucólico. Me recuerda al Lawrence Durrell de los Limones amargos, al Octavio Paz de El huerto de la soledad, al Hesíodo de Los trabajos y los días. De entre las obras de Juan Valdano hay una que atesoro en especial: La burbuja del tiempo. Es una de mis libros de cabecera. Acudo a él con frecuencia y con devoción, como se si tratara –para mí lo es– un evangelio laico. Encuentro en ese libro de breves ensayos una profundidad perenne y un estilo limpio y perdurable.

Creo en la muerte, pero no en los epitafios. Recordar la obra de Juan Valdano es el mejor homenaje que podemos hacer a su obra y a su memoria. Su muerte no ha hecho más que agigantar su figura y su multifacético legado literario.

Paz en su tumba y en los corazones de su esposa Clarita y de sus seres queridos.


[1] Ayala, Enrique: (1985) La Historia del Ecuador: ensayos de interpretación, CEN, Quito, p. 46.

[2] Valdano, Juan: (1985) Ecuador: cultura y generaciones, Planeta, Quito.

[3] Valdano, Juan: (2007) Identidad y formas de lo ecuatoriano, Eskeletra, Quito.

[4] Valdano, Juan: (2003) Generaciones e ideologías en el Ecuador, ANH, Quito.

[5] “Feuerbach no ve, por tanto, que el «sentimiento religioso» es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de sociedad”. “Feuerbach sieht daher nicht, daß das „religiöse Gemüt“ selbst ein gesellschaftliches Produkt ist und daß das abstrakte Individuum, das er analysiert, in Wirklichkeit einer bestimmten Gesellschaftsform angehört”. TESIS SOBRE FEUERBACH – Thesen über Feuerbach (1845) ehu.eus (consultado el 25 de julio de 2022).

[6] Cfr. Gramsci, Antonio: (1967) La formación de los intelectuales; Grijalbo, México D.F.

[7] Agoglia, Rodolfo (Estudio introductorio y selección): (1985) Historiografía ecuatoriana, BCE-CEN, Quito.

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