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«En tantas patrias extrañas, los hijos del exilio» (Filoteo Samaniego)

Niño de Palestina; niño que apenas conozco, / nacido con manos sin razones, / buscas el calor de un seno, / y apenas el seno se te ofrenda, / ya arrancan ese sabor de tu esperanza. / Muerdes, entonces, con rabia, / y tus uñas lastiman...

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Niño de Palestina; niño que apenas conozco,
nacido con manos sin razones,
buscas el calor de un seno,
y apenas el seno se te ofrenda,
ya arrancan ese sabor de tu esperanza.
Muerdes, entonces, con rabia,
y tus uñas lastiman: descubres el lamento.
¡Quieres vivir!

Un campo, una ventana, un viento,
se ajustaron a tus horas.
Pero alguien te ocultó la calle,
te quemó la mesa,
te arrancó la flor,
cuando apenas sabías de hombres en las calles,
de pan sobre la mesa,
de flor en los cabellos.
Y así nació el motivo para llorar tus silencios perdurables.

Estos fueron tus breves horizontes:
el limo que anima el olivar;
los higos abiertos en su pulpa;
los labios, como higos, de la esposa;
veranos al término de cada atardecer;
aceitunas dormidas en la arena;
soles en la tez del padre campesino
agua mínima en la euforia del oasis.

Mas alguien rechazó tu aprender de hombre niño:
tus canciones, tus aldeas, tus caminos,
v te arrancó la esencia de tus ritmos,
la miel de tus granadas,
los suelos de tu Dios,
los muros de tus templos,
las rutas de tus peregrinajes.
Y siendo señor de tu sombra y de tus hijos
de pronto te han negado el sol
y el saludo del hijo,
y te han echado a tu soledad de hoy.

¡Qué te resta sino el grito!
Pero un grito con uñas que lastime y hiera
y grabe hondo tu destino actual:
pues saben tus manos que ya no han de palpar
la piel de la sandía, la pulpa del limón,
la frente de la amiga,
porque hay rencor, lija y rabia en esas
manos amor.

Allí estás y allí te conozco y desconozco,
habitante de exilios, ceniza de recuerdos,
escuchando idiomas ajenos;
caminando la calle de otros;
en la casa de nadie;
en la historia incrustado;
rodeado de dudas que niegan tu alegría;
rodeado de zanjas en todos sus senderos;
fuera de tu ámbito y familia;
fuera de las frases cotidianas;
fuera del olor de tus ganados;
fuera de tu alfombra de plegarias;
fuera de tus meridianos y de tu geografía;
fuera de tu mar y de tus peces;
fuera del balido de tus cabras;
fuera de tus ríos bautismales;
fuera de los fémures abuelos;
fuera de las páginas del Libro;
fuera de tu propia suerte,
de tu propio perro,
de tu propia tos,
de tu propia siesta.

Te han sacado de ti hasta la ira y
estás fuera de ti,
niño espantado de ti mismo,
niño de Palestina sin pretextos, sin amor,
sin atenuantes v sin sombras.
No encuentran su lecho tus mujeres,
su pasto tus ovejas,
su estrella tus pastores;
y alteras el orden de los clanes sembrando la
semilla del fuego que te asignan
como si tu único suceso fuese el desamor
y tu única noticia, el aterrado comentario.
¿Vas a recobrar un día tu sonrisa?
Niño de potos alicientes, de pocos amigos,
camisas, rayuelas, recreos.
¿Serás, al fin, alumno, en el patio de tu escuela,
sobresalto en la cordura del maestro?
¿En tus caminos te volarán gorriones?
¿Romperás, en tus charlas, la sintaxis?
¿Mancharás de tinta los cuadernos?
¿Serás, al fin, niño como todos, con tíos,
con sueños, con canicas?
Niño de Palestina, hermano, amigo
de mis hijos,
¿hasta cuándo ese lecho frío,
esa patria con remiendos,
ese techo desvalido,
esa ventana de aristas,
esos ojos y esas manos con púas y con muerte?

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