Roja dulzura, flor de miel y fuego,
sapiencia al rojo-blanco de tu boca;
lámpara alimentada con la loca
combustión de mi sangre y de tu ruego.
Fulva ensenada a cuyo fondo ciego
se lanza nuestro ser desde la roca
del sueño trunco… porque en vano invoca
piedad celeste o terrenal sosiego.
Cuando en la sombra pasional tu blanco
desnudo cuerpo fosforezca al roce
de mi beso —cantárida en tu flanco—
darás, ardida del fragor nocturno,
a la pradera lívida del goce
tu fulgor de maléfico Saturno.