Tiembla
la llave en mi mano. Entreabre el cuarto vacío. Se ha anticipado a mi ausencia.
Soy el extraño que arriba a alcoba, a hacienda saqueadas. Se ha quedado afuera el
amo, la pieza de menor precio.
La luz recoge las redes de polvo, de telarañas. Toca con melancolía la mudez de
las reliquias.
Nadie va a extrañar la falta del señor de la morada. Nadie, a quebrar los candados
del baúl de sus desvelos,
a abrir la caja de hierro.
Lleva el viajero consigo, hasta el esquife nocturno, el fardo con la vajilla de
plata, las onzas de oro. Ha de arrojar por la borda la pesada impedimenta.
Las orillas de la estancia solo guardan la osamenta, la árida piel del espíritu, los papeles desgastados por el roce de los dedos.
Muevan amor o la urgencia al no buscado inquilino a sacudir de los párrafos la siega
de otras lecturas; a pluma recién cortada,
a dibujar con primores la inicial del nuevo canto en los márgenes del libro.
Poema no publicado, cortesía del autor para nuestra web.