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«Jefferson dixit», por don Simón Espinosa

Responde elevándose de lo particular del caso a lo universal del atletismo, al gozo de haber alcanzado los dos el oro olímpico, y habrá pensado —ambos se van superando en cultura y grandeza—...

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Montaje fotográfico: Teleamazonas

Diego Oquendo Silva entrevistó a Jefferson Pérez el lunes pasado. Este diálogo entre el periodista y el atleta nos trae a la memoria la frase “Una vida sin examen no merece la pena ser vivida”. Reflexión sobre la importancia de examinarse a sí mismo (a uno mismo) y a los demás para mantener una actitud crítica sobre nuestros actos y nuestras vidas a fin de llegar a ser mejores y, de este modo, ayudar efectivamente a los demás. Se hallan en la “Apología de Sócrates”, escrita por Platón el año 399 antes de Cristo cuando se cumplió la pena de muerte dictada por el Tribunal de Atenas contra Sócrates por dañar la mente de los jóvenes, a quienes exhortaba a pensar críticamente y a no dejarse llevar por el runrún de vanidades de otros maestros sabihondos conocidos con el nombre de sofistas.

Oquendo es un entrevistador magistral; Pérez, un atleta especializado en marcha de 20km., medalla de oro en las olimpiadas de Atlanta (EE.UU.) el año 96. Oquendo pregunta al modo del método socrático: —¿Qué opina del oro logrado por Richard Carapaz en las de Tokio 21 y atleta especializado en carreras de bicicleta?

Al menos, tres respuestas eran posibles: la una, en el ámbito del celo envidioso; la segunda, normal, ambos somos oro olímpico; la tercera, grande y humanista: Carapaz es superior a mí por las dificultades que ha superado.

Quienes conocen a Jefferson sabían que iba a dar una hermosísima lección de humanidad, sin paternalismo, al modo de Platón, de Sócrates, de Jesús, de Emerson, de Lincoln. Todos ellos apóstoles de la verdad que nos hace libres, del amor que nos purifica, de la esperanza que mantiene al mundo andando. Responde elevándose de lo particular del caso a lo universal del atletismo, al gozo de haber alcanzado los dos el oro olímpico, y habrá pensado —ambos se van superando en cultura y grandeza— que las olimpiadas eran en Grecia el certamen que daba honor, gloria y valía a la Ciudad Estado de donde procedían, a los imperios donde habían nacido, a las esclavitudes que habían superado. Y no es suposición mía, sino inferencia de todo lo que dijo, sin decirlo con la alusión griega que he puesto en su mente.

La entrevista que comento debe ir a todo texto de Ética que se escriba en Ecuador, acompañado con el detalle de la vida de estos héroes que son en sí notas del Himno nacional, cóndor del Escudo, flamear de la bandera tricolor en la cima del Chimborazo. Son los modelos del civismo contra el fin de la era de la Ilustración, que terminó por llevar al mundo a la sed del oro a cualquier precio, a sacrificar la dignidad humana en nombre de una libertad que es hoy libertinaje sobre todo en los países más “civilizados”. Un periodista, buena gente, dos chicos de oro, los demás atletas ecuatorianos llegaron a Tokio en un mundo de siete mil millones de habitantes y Pérez concluyendo: “Respeten la intimidad de Richard cuando quiera estar solito para saborear un cuicito”.

Este artículo apareció en el diario El Comercio.

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