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«La infalibilidad», por don Fabián Corral B.

Atributo de los pontífices, patrimonio de los soberbios, signo de los déspotas, la infalibilidad siempre estuvo asociada al poder absoluto, a la dominación total. Además, ha sido el lastre de la ciencia y la razón...

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Atributo de los pontífices, patrimonio de los soberbios, signo de los déspotas, la infalibilidad siempre estuvo asociada al poder absoluto, a la dominación total. Además, ha sido el lastre de la ciencia y la razón, el enemigo de las libertades y el secreto de la anticultura. El error no podía ser posibilidad de los dioses ni de los fanáticos.

El error es la contrapartida del ejercicio de la libertad.“Errar es humano” y rectificar es de sabios. Esas eran las reglas cuando aún regía la humildad, y mientras la soberbia fue signo del disparate y, a veces, de la estupidez de los dogmáticos. La cultura es una aproximación a la verdad, nada más, una insinuación hacia la belleza y la ciencia, un universo de enmiendas, y es, por cierto, la trabajosa consolidación de verdades, mentiras, aciertos y desaciertos, que hacen la historia poco a poco.

Me alarmé cuando escuché que la inteligencia artificial (IA) es infalible, que los algoritmos no se equivocan, que por fin se había encontrado la fuente de la sabiduría. Mi alarma creció porque el pontífice titular de la novísima infalibilidad sería una máquina, un teléfono, un sistema cuya abstracción esconde secretos, autores y tácticas. Y con el cual es casi imposible luchar o discrepar.

Me puse en guardia porque creo que ni la cultura, ni la ciencia, ni el conocimiento pueden ser el resultado de las aproximaciones de un método que pretende sustituir a lo más humano que tienen de los hombres: la posibilidad de pensar, calcular, sentir, hacer hipótesis, apostar al riesgo, construir trabajosamente la verdad. Y equivocarse.

El asunto es tremendamente importante si se considera que esas han sido, desde siempre, las tareas de las personas; que de ese recorrido está hecho lo que, después de siglos, se ha consolidado como cultura, cosmovisión, ciencia, valores y verdades provisionales. Es significativo porque el hecho de pensar siempre ha sido un modo de tentar a la verdad, y también al error, de esforzarse por argumentar, confirmar, equivocarse y volver incansablemente al punto de partida. Y someterse a las consecuencias de las equivocaciones. La historia es precisamente eso: aciertos, desaciertos, rectificaciones; es la experiencia que dice qué hacer y qué no hacer.

Llegar a la verdad absoluta, a la información definitiva, a las tesis irrebatibles, a través de un sistema de algoritmos, sería el fin de la historia entendida como ensayo, como ilusión de acertar y esfuerzo en trabajar por una idea y en combatir por ella. Llegar a las verdades absolutas a través de una máquina sería el inicio del infinito aburrimiento y, lo que es peor, de la consolidación poder de todos los absolutos: los científicos, los culturales y los políticos.

¿No será la IA una versión novísima del Leviatán, una consolidación definitiva de las tesis del totalitarismo de la peor especie, del monopolio de la verdad, del anonimato del poder del conocimiento?

Que la IA se equivoque, como al parecer ocurre, sería la confirmación de que es un factor de información interesante. Y no la fuente de la verdad absoluta.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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