«Laderas del volcán» (Bruno Sáenz Andrade)

Las audacias del hombre que ha llegado a la edad de moderar el paso, mirar a sus espaldas y hacer un inventario / de esbozos, de borrones, / de hilachas, de tropiezos, de escritos, de muñones, / solo son la captura de la pluma aguzada, de la memoria endeble...

Las audacias del hombre que ha llegado a la edad de moderar el paso, mirar a sus espaldas y hacer un inventario
de esbozos, de borrones,
de hilachas, de tropiezos, de escritos, de muñones,
solo son la captura de la pluma aguzada, de la memoria endeble.
El pie iluso del joven midió la realidad de la piedra del cerro, la materia voluble de la arcilla, el enorme
estallido del vidrio (cenizas de cristales, avalanchas, astillas, el arenal tendido a los pies de un gigante de lavas y metales).
La pisada medrosa, el ascenso obstinado del ojo y la nostalgia,
rehacen, sin la gloria, la ruta del caballo, de la bota adherida a las líneas del libro con un poco de barro y una gota de sangre.
El curioso concede que gestas y delirios no le han pertenecido.
Su valor solo espiga las huellas de los héroes, la queja del doliente, la imagen fugitiva de un tropel de fantasmas,
menguadas las hazañas por la tinta y el tiempo,
por la palabra astuta del narrador de historias, a la luz de la luna, al amor de la hoguera.

Este poema está tomado del libro El viento del espíritu desata los legajos.

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