“La generación es el concepto más importante de la historia, sentenció Ortega y Gasset, el gozne sobre que esta ejecuta sus movimientos”. En dos entregas me referiré a las recientes, posteriores a la de los Baby boomers que usufructuó la relativa paz ulterior a la segunda conflagración mundial.
Douglas Coupland publicó su novela emblemática Generación X en 1991. Así se llamó esta generación alumbrada mientras la Guerra Fría grababa su implacable camino. Decenio de los ochenta. Nacidos entre 1950 y 1960 se creyeron designados a construir el futuro, mientras se encandilaban con un pop remozado, aboliendo los sobrantes revolucionarios de la contracultura.
La tecnología de la información fue su horizonte. Bill Gates y Steve Jobs sus íconos, sabios ascetas que repudiaban el dinero, aunque hacinaron fortunas inimaginables. Internet, computadores, celulares removieron el mundo. Señal y revelación de lo que vivimos.
En 2008 estalló la crisis en el sistema financiero. Los gobernantes acudieron a los nuevos medios para paliar la debacle. La solvencia de las acciones de esta generación fue opuesta a la laxitud de la que le sucedió. Gates y Jobs soñaron en la multiplicación del trabajo, pero la realidad fue otra. Esta crisis provocó el reduccionismo del gasto público contrario al consumo, propulsor, hasta ese tiempo, de la economía mundial. Las cabriolas económicas devastaron a las clases medias.
Esta generación practicó el anticonsumismo, fue anticompetitiva, sondeó posibilidades de vivencia alejada a la globalización en un sistema donde el trabajo era precario y las remuneraciones exiguas. Generación desangelada, fluctuante, plana. Volcada a la tecnología ‘primaria’ vivió asida al PlayStation, la televisión, la música metal y fusión. La guerra de los Balcanes fue el macabro telón de fondo. Vendrán después las generaciones Y y Z (nativos digitales), y aquella que está fraguándose en el escenario de la pandemia que asuela al mundo.
Este artículo apareció en el diario El Comercio: