Porque han golpeado tantas
pedradas sobre el alma,
porque ya tantos muros
se han derrumbado dentro,
y Judas se solaza a nuestro lado,
y compra nueva túnica y se embriaga,
y no queda lejana la esperanza,
ni la rabia, ni el odio, ni el perdón,
y no queda ya nada, ni la Muerte,
sino seguir atados a la vida,
dejándonos llevar, como cegados,
es que ahora pueden ya escupirnos
sobre la cara, sobre la pupila,
o bien salvarnos de morir, amarnos,
y el gesto sigue igual, y la mirada
ni siquiera se vuelve para atrás.
Lo mismo en estas horas contaría
caer de bruces en el templo, que
sentarnos ante una mesa turbia
a rumiar el sabor de nuestras culpas.
Fuente: David Ledesma Vázquez, Los días sucios. Quito : Centro de Publicaciones PUCE, p. 75.