
Cuando quiebres el rostro
que inventé para ti:
cierra los ojos.
Habrán perdido el color
de mis símbolos.
Baja la voz:
no será necesario que el río
aprenda a cantar
frases sin música.
Y cuando el último relámpago
ilumine —hueca— tu última palabra,
palpa tu cuerpo:
lo sentirás desnudo.
Nada. Ni hojas ni estrellas ni río
nunca habrás estado más solo
y despojado de ti.
Deja caer tus manos: sentirás deslizarse
los pedazos de Dios que hice contigo.