«Marlon Brando, cielo e infierno», por don Marco Antonio Rodríguez

Fugitivo del amor; depredador de todos y de él mismo; insaciable y glotón (sus últimos años apenas cabía en el asiento posterior de su auto); defensor de los pueblos originarios, de los negros...
Foto: Getty Images

“Es como actuar con Dios”, dijo de él Al Pacino. Y dios fue para sus millones de devotos esparcidos por el mundo. William J. Mann, autor de su monumental biografía The Contender (El aspirante), confesó: “He escrito biografías, ninguna como la de él, era una mezcla de ángel y demonio”. Marlon Brando, considerado como el más grande actor de todos los tiempos, fue un “milagro” para quienes les faltó palabras para celebrar su genio.

Brando: fugitivo del amor; depredador de todos y de él mismo; insaciable y glotón (sus últimos años apenas cabía en el asiento posterior de su auto); defensor de los pueblos originarios, de los negros, de las minorías; sufrió de satiriasis y gula; trágico y paranoico; depresivo y neurótico… El delirio del neurótico es retornar al Otro Primordial: vivir instando que lo amen, protejan, se desvivan por él. ¿Halló su utopía en su última amante, la empleada que lo cuidaba?

Vivió para exorcizar el pasado y vivificarlo. ¿Averiguar de la mano de Freud, Maslow o Lacan definiciones para sus mil y una caras? “La verdad lo aburría, contó W. J. Mann, cultivaba la mentira”. Sondra Lee congregó un grupo de examantes que lo visitaba para embelesarse “solo viéndolo y oyéndolo”. Despreciaba a Stanley Kowalski, el personaje que lo convirtió en ícono del teatro y del cine. Odiaba el miedo del cual estaba hecho y le repugnaban sus seguidores. Vulnerable y tierno. Promiscuo y solitario. Vivió fascinado y final, al pie del abismo.

Se mofó de los guiones. En las filmaciones hizo lo que el duende que llevaba consigo le dictaba: “Viva Zapata”, “Julio César”, “La ley del silencio”, “El rostro impenetrable”, “La jauría humana”, “El Padrino”, “Apocalipsis ahora”, “El último tango en París”: el puñado de películas que le otorgaron el pasaporte a la gloria. “Me enseñó/ a engordar y envejecer/ como un pirata inclemente/ que sabe ser y no ser/ eterno y adolescente”, dice Joaquín Sabina en uno de sus poemas dedicados al actor.

Este artículo apareció en diario El Comercio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*