“Es como actuar con Dios”, dijo de él Al Pacino. Y dios fue para sus millones de devotos esparcidos por el mundo. William J. Mann, autor de su monumental biografía The Contender (El aspirante), confesó: “He escrito biografías, ninguna como la de él, era una mezcla de ángel y demonio”. Marlon Brando, considerado como el más grande actor de todos los tiempos, fue un “milagro” para quienes les faltó palabras para celebrar su genio.
Brando: fugitivo del amor; depredador de todos y de él mismo; insaciable y glotón (sus últimos años apenas cabía en el asiento posterior de su auto); defensor de los pueblos originarios, de los negros, de las minorías; sufrió de satiriasis y gula; trágico y paranoico; depresivo y neurótico… El delirio del neurótico es retornar al Otro Primordial: vivir instando que lo amen, protejan, se desvivan por él. ¿Halló su utopía en su última amante, la empleada que lo cuidaba?
Vivió para exorcizar el pasado y vivificarlo. ¿Averiguar de la mano de Freud, Maslow o Lacan definiciones para sus mil y una caras? “La verdad lo aburría, contó W. J. Mann, cultivaba la mentira”. Sondra Lee congregó un grupo de examantes que lo visitaba para embelesarse “solo viéndolo y oyéndolo”. Despreciaba a Stanley Kowalski, el personaje que lo convirtió en ícono del teatro y del cine. Odiaba el miedo del cual estaba hecho y le repugnaban sus seguidores. Vulnerable y tierno. Promiscuo y solitario. Vivió fascinado y final, al pie del abismo.
Se mofó de los guiones. En las filmaciones hizo lo que el duende que llevaba consigo le dictaba: “Viva Zapata”, “Julio César”, “La ley del silencio”, “El rostro impenetrable”, “La jauría humana”, “El Padrino”, “Apocalipsis ahora”, “El último tango en París”: el puñado de películas que le otorgaron el pasaporte a la gloria. “Me enseñó/ a engordar y envejecer/ como un pirata inclemente/ que sabe ser y no ser/ eterno y adolescente”, dice Joaquín Sabina en uno de sus poemas dedicados al actor.
Este artículo apareció en diario El Comercio.