Estibador ileso
de su dulce desliz y tesitura,
al nardo de su peso
cordeles de pavura
y orinecido clavo, tu presura.
Amada y amadora,
para largo el silbido y la distancia
la muerte olvidadora,
y a vuelo por la estancia,
la enfurecida noche de fragancia.
¿Era la desviada
cuchilla de suavísimo elemento?
La poza vulnerada
y en su perecimiento
toda la soledad del movimiento.
Toda, en sí misma, inmersa
caracola, a la grava del desvelo
nada diga que tuerza,
y la reclame el suelo
ahogada, dura, forma su recelo,
la magra pesadumbre
de recatadas pieles, al tropiezo
del porte y la costumbre,
a su caído hueso,
de sus salinas oquedades preso.
Cuando, recuperada
de calabozo y signo y asumida,
adviértela su nada
feliz y desvestida,
por imposibles polvos perseguida,
no está ni pertenece
a tiempo su desdén ni su cadena,
y queda y endurece
la nube amarga y llena
de la cortada luna de su pena.
Fuente: Poesía ecuatoriana (antología esencial), prólogo y selección de Sara Vanégas Coveña, Cuenca, Universidad del Azuay, 2019.