«Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones», por don Raúl Vallejo

La construcción permanente de la identidad nacional necesita resignificar el valor de sus referentes históricos para comprender de mejor manera el sentido actual de la patria...
Detalle del cuadro «Abdón Calderón» (anónimo) que reposa en el Colegio Militar Eloy Alfaro de Quito. Tomado de la web de la revista Mundo Diners.

El 28 de mayo de 1822, Antonio José de Sucre, en su informe sobre la Batalla de Pichincha, hace el siguiente balance: «Cuatrocientos cadáveres enemigos y doscientos nuestros han regado el campo de batalla: además tenemos 190 heridos de los españoles y 140 de los nuestros»; luego, consigna esta mención especial con su estilo sustantivo: «…hago una particular memoria de la conducta del teniente Calderón que, habiendo recibido consecutivamente cuatro heridas, jamás quiso retirarse del combate. Probablemente morirá; pero el Gobierno de la República sabrá compensar a su familia los servicios de este oficial heroico»[1]. El capitán Abdón Calderón Garaycoa (Cuenca, 30 de julio de 1804 – Quito, 7 de junio de 1822) —que, desde su incorporación en 1820, había peleado en varias batallas del ejército patriota— combatió heroicamente el 24 de mayo de 1822 en las faldas del Pichincha, con el grado de Teniente[2]. En esta celebración del Bicentenario, es necesario que, en nuestro sistema educativo, la figura de Abdón Calderón sea desmontada de la leyenda inverosímil que ha menoscabado su justo valor patriótico y que su participación en la gesta libertaria adquiera un nuevo significado en su real dimensión histórica.

El equívoco proviene de la amplia difusión que tuvo un texto de Manuel de J. Calle (1866-1918) sobre Abdón Calderón que forma parte de Leyendas del tiempo heroico (1905); su objeto, según advertencia de su autor, «es el de facilitar a los niños un pequeño libro de lectura que les hable de los grandes días de la Emancipación y procure despertar su infantil curiosidad que les lleve, más tarde, a un estudio serio de aquella época de la historia patria»[3]. En el relato de Calle, una bala rompe el brazo derecho de Calderón, pasa la espada a la izquierda y continúa arengando a los suyos al grito de «¡Viva la Patria!»; otra bala hiere su brazo izquierdo y él sigue adelante con la espada entre los dientes; otra bala más le atraviesa el muslo; al final, una bala de cañón le despedaza las piernas. «Y, allí, en el suelo, sin brazos, sin piernas, destrozado, mínima parte de sí mismo, aún respira con el aliento de valor gigantesco y lanza entre el hipo de la muerte el último viva la República»[4]. Calle quería despertar la curiosidad infantil; lastimosamente, ni siquiera los profesores fueron más allá de la lectura repetitiva y acrítica de su texto y, lo que es peor, lo fueron adornando, hasta tornarlo una caricatura, con tremendismos de todo tipo.

Los investigadores Víctor Hugo Arellano Paredes y Mariano Sánchez Bravo, miembros de la Academia de Historia Marítima, descubrieron, a principios de este siglo, un expediente del 18 de diciembre de 1832 en el que Manuela Garaycoa de Calderón solicita las partidas de defunción de su esposo Francisco —también héroe de la lucha independentista que fue fusilado en diciembre de1812, en Ibarra, por orden del coronel español José Sámano, último virrey de Virreinato de Nueva Granada— y de su hijo Abdón. La partida de defunción de Abdón Calderón dice:

Maestro Fray Pedro Albán Provincial.- Ante mi presentado Fray Manuel Perre, Secretario de la Provincia, en cumplimiento del superior mandato que precede, certifico que el señor Abdón Calderón murió en casa del señor José Félix Valdivieso en siete de junio de mil ochocientos veinte y dos, y al día siguiente fue conducido con los mayores actos fúnebres y acompañamiento del lugar a esta iglesia del Convento Máximo en donde se le hicieron las exequias y fue sepultado su cadáver. Para los efectos que convengan doy en este Convento Máximo de San Nicolás de Quito, a diez de octubre de mil ochocientos treinta y dos.- Fray Ramón Carrillo, Presidente Comendador[5].

Al enterarse de la muerte de Calderón, Simón Bolívar lo ascendió de manera póstuma al grado de Capitán y decretó que el sueldo fuera entregado a la madre del fallecido, Manuela Garaycoa de Calderón. Asimismo, dejó establecido que el Batallón Yaguachi no tendría en el futuro a nadie con dicho rango y que, cuando se pasara revista y se mencionara el nombre del capitán Abdón Calderón, la tropa respondiese: «Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones»[6]. Así, Bolívar no solo rendía homenaje a un joven patriota, sino que establecía en el imaginario de la nación la figura de un héroe de las guerras de independencia como referente para la construcción de una ciudadanía que sintiera suya la gesta libertaria de la patria naciente[7].

En un artículo reciente, Gonzalo Ortiz Crespo, citando los documentos de Arellano y Sánchez, describe el contenido del «… expedientillo, en papel sellado de “doce reales” (con sello República de Colombia y sobresello Estado del Ecuador) …», comenta la participación en la gesta independentista tanto de Abdón Calderón como de Francisco, su padre, y concluye: «El gran historiador Eric Hobsbawm advertía que el historiador debe reaccionar ante los intentos de sustituir la historia por el mito. Habría que completar la frase: y cuando los mitos se han vuelto caricaturas, como pasó con Abdón Calderón, la obligación es volver a los hechos históricos comprobados, y dar a quien se lo merece su lugar de héroe»[8]. Afortunadamente, ya existen varios textos en los que se revisa la leyenda de Manuel de J. Calle y se esclarece la verdad del heroísmo de llamado héroe niño. Los responsables del área de Estudios Sociales del sistema educativo tienen el deber cívico de restituir la condición heroica del capitán Abdón Calderón, más aún cuando los hechos lo señalan como un héroe verdadero: la construcción permanente de la identidad nacional necesita resignificar el valor de sus referentes históricos para comprender de mejor manera el sentido actual de la patria.

Este artículo apareció en el blog personal del autor.


[1] Antonio José de Sucre, «Los resultados de la jornada de Pichincha», en De mi propia mano, selección y prólogo de J. L. Salcedo Bastardo (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2009), 93-94.

[2] Octavio Cordero Palacios, Vida de Abdón Calderón, 2da. ed. (Cuenca: Tipografía del Colegio Nacional Benigno Malo, 1940). En esta biografía se describe el itinerario militar de Abdón Calderón: Ingresó como voluntario en el ejército de Sucre (octubre de 1820); ascendió a Subteniente en el Batallón Voluntarios de la Patria, después del 9 de octubre; ascendió a Teniente, luego de la batalla de Camino Real (noviembre de 1820). En 1821, participa en las batallas de Tanizagua (enero), Yaguachi (agosto), Huachi (septiembre). En 1822, como Teniente al mando de la Tercera Compañía de Yaguachi, combate en la batalla de Tapi (abril) y en Pichincha (mayo).

[3] Manuel de J. Calle, Leyendas del tiempo heroico, Introducción de Hernán Rodríguez Castelo (Guayaquil-Quito: Publicaciones Educativas Ariel, Clásicos Ariel # 22, sfe.), 21.

[4] Calle, Leyendas…, 140-141.

[5] Este reportaje cita parte del expediente hallado por Arellano y Sánchez, cuya ortografía he modernizado: «La muerte de Abdón Calderón: 7 de junio de 1822», El Universo, 7 de junio de 2004, acceso 4 de junio de 2022.

[6] Enrique Ayala Mora, Manual de Cívica (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar / Corporación Editora Nacional, 2009), 74. En este manual ya se restituye la dimensión heroica de Abdón Calderón con datos apegados a la historia.

[7] Edgar Allan García ha escrito un didáctico relato biográfico, narrado en primera persona, sobre Abdón Calderón.

[8] Gonzalo Ortiz Crespo, «Abdón Calderón, héroe grande de la patria», Mundo Diners, 1 de junio de 2022, acceso 3 de junio de 2022,

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