«Paisaje de ciudad» (Edwin Madrid)

Sobresalen dos crestas, entre ellas una meseta / en la que descansa la ciudad a 2.850 metros. / Es un horizonte encadenado por montañas. / Se tiene la ilusión de encontrarse suspendido / en la atmósfera contemplando las nevadas / cabezas del Cayambe, el Cotopaxi, el Antisana...

Sobresalen dos crestas, entre ellas una meseta
en la que descansa la ciudad a 2.850 metros.
Es un horizonte encadenado por montañas.
Se tiene la ilusión de encontrarse suspendido
en la atmósfera contemplando las nevadas
cabezas del Cayambe, el Cotopaxi, el Antisana,
cerca están el Pichincha, los Illinizas, el Pasochoa,
el Rumiñahui, proyectándose uno tras otro hacia el cielo.
Mas la ciudad es invadida por nubes y en la niebla uno puede
toparse con firfises paseando perros furibundos que quieren
salir corriendo pero se arremolinan unos con otros
produciéndose un ensortijado de correas; como los firfises nada
saben desenredar, terminan abandonando a sus mascotas de
cantos melancólicos. Esto aleja a las nubes, vuelven a
encenderse las grampelias mientras sopla un viento oscuro, la
aspereza circunda amurallada e inmutable, y provoca a los
irgiles y wines pavonearse por las anchas avenidas proclamando
a los cuatro vientos: ¡Quien no ama las nubes que no venga a
Quito! No todo queda allí, una blonda nube cardelina se coloca
como bufanda en el Cotopaxi y da rubor ver a esos irgiles
rechischar descaradamente obstruyendo el tránsito. ¡Vaya
ciudad! de pruntabones lisos y callados escondiendo sus
primorosas manos en nubes azules, bajo un cielo contradictorio
y hostil que arroja escarcha o se astilla en aristas heladas de un
paisaje con nubes acariciantes de edificios, para luego colarse
por las chimeneas del tren que atraviesa Los Andes
ecuatorianos como una krima traqueteando traqueteando
mientras se aleja.

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