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Palabras de don Julio Pazos en el homenaje a la memoria de don Bruno Sáenz

El pasado 11 de enero, la Academia Ecuatoriana de la Lengua rindió un homenaje a la memoria de don Bruno Sáenz Andrade, al cumplirse el primer año de su partida. Compartimos con ustedes las palabras que don Julio Pazos Barrera pronunció durante la ceremonia.

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En Memoria de Bruno Sáenz Andrade

Cuando todavía el don de la palabra era posible, con Bruno iba de Quito a Valparaíso y luego a Quito; iba de Francia, a México, a Cuenca y por último a Quito. Con pocas palabras describía el lugar y narraba algún episodio. Ahora ha quedado su presencia en la memoria, incompleta como siempre, no ya de sus palabras, sino de las mías: conocí a Bruno en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador cuando estudiaba Derecho. En algunas ocasiones nos vimos en el bar de Marcia, en compañía de Diego Araujo y de Vladimiro Rivas. Algo más tarde saludábamos en el hospital de la Universidad, iba yo a conversar con mi amigo el doctor Fausto Vinueza y Bruno esperaba que una agraciada enfermera terminara su turno y juntos se marchaban. Meses más tarde, quizás años, en el mapa de Quito alternábamos en la Fiscalía, en el Consejo Nacional de la Cultura, en mi casa, en su casa y en la Academia Ecuatoriana de la Lengua.

No sé a dónde ir para encontrar las voces que me permitieran dialogar, otra vez, con Bruno Sáenz. Con él intercambiábamos los signos de las cosas callada y delgadamente banales; con el amigo registrábamos las desabridas y altisonantes promociones mercantiles, que a las cinco de la tarde rompían el aire en esa cuadra de la calle Chile, cerca de la Academia. Su tos entrecortada me ponía en guardia, porque estuve obsesionado con esa tos que me parecía una admonición. Con Bruno enlistábamos los medicamentos para la diabetes común para los dos, pero también los medicamentos para su padecimiento cardíaco. Sé que no es posible el diálogo, aunque hoy me maravillo con los nombres de esas minucias que, viéndolo bien, dan sentido a la vida. El diálogo se convirtió en un monólogo triste y silente que trata de retornar al tiempo pasado, a la postre, indiferente.

Ni él ni yo presumíamos de sabiondos; bien conocíamos que los saberes del mundo nos superaban. Él oía con paciencia los discursos ajenos, oía con la actitud del hombre docto. Sus discursos sobre las materias de su agrado: la música, la literatura, pienso que el derecho, eran precisos. Sin embargo, interrumpía la reflexión ordinaria con chistes, no siempre felices, que buscaban evitar el aburrimiento.

El diálogo mencionado prosigue, en el tiempo presente, con los libros que compuso: El aprendiz y la palabra, La Palabra se mira en el Espejo, De la boca que abriéndose, manda al silencio que se ponga a un lado, ¡Oh, palabra otra vez pronunciada!, Vestigios y atenuadas voces, Escribe la inicial de tu nombre en el umbral del sueño, La voz y la sombra, Iluminaciones para un libro de horas, El viento del espíritu desata los legajos.

Casi en todos los poemarios, insertó en sus títulos el vocablo “palabra” y otros términos enlazados con él. Bruno creyó que el reflejo del Verbo del Evangelio de San Juan era la lengua patrimonial tratada poéticamente; en ocasiones, la voz del personaje poemático era la primera persona del singular, ese “ yo” que es la transfiguración del autor, es decir, de sí mismo; aunque otros textos son impersonales, los que funcionan como refrendadores de la realidad externa y que, de pronto, se convierten en interrogaciones que se dirigen a sí mismo; en otros poemas, la voz introduce la descripción de una experiencia. Bien sabía el escritor que la voz poemática no era exactamente la voz del autor, en la auténtica poesía la aproximación de las dos instancias es mínima, es tan corta que lleva al lector a identificar al autor con la voz de quien habla en los poemas. La voz lírica suena como un eco y es el caso de los textos de Bruno Sáenz. Sin embargo, es bastante clara la identificación religiosa del autor; se puede observar el hecho en esta prosa lírica denominada “Don de lenguas”, que evoca la celebración judeo-cristiana de Pentecostés. Estas líneas de Bruno: “Tomó la revelación la apariencia del sonido. Cedió su lugar el ojo a la elocuencia, al sentido encarnado en la Palabra, a un lenguaje despojado de la letra y de la sílaba, ajeno a la controversia, enemigo de la insípida discusión y de la duda”. (Bruno Sáenz, 2012: 47). La alusión al Espíritu Santo, que convirtió en políglotas a los apóstoles es, en el poema, una compleja explicación sobre el sonido que supera la representación plástica e idolátrica común en la antigüedad.

La trascendencia evangélica aparece, como mensaje o contenido en gran parte de la obra de Bruno Sáenz. No sé si capto el pensamiento que a modo de semilla se oculta bajo los sentimientos y las sensaciones, aunque la trascendencia bíblica y evangélica se filtra en el conjunto de todos los poemas como la luz del amanecer.

El cronotopo en los escritos de Bruno Sáenz incluye la antigüedad de la capilla restaurada de Balbanera, cercana a la laguna de Colta, hasta la Edad Media europea; se proyecta desde Quito y va hacia Jerusalén, este amplio espacio reboza con el origen del tiempo aludido en la Biblia, prosigue con la música de los maestros europeos, continua con las artes plásticas de Europa y América, pero el tiempo se detuvo, hace un año, en las pupilas de Bruno Sáenz.  Como antes dije, su espacio-tiempo quedó comprimido en sus escritos, listos para actuar en las dimensiones emocionales e intelectuales de los lectores.

¿Cómo suscitar la contemplación en los poemas de Bruno Sáenz? ¿Cómo es su arte literario? Selecciono un poema, al azar, escrito en forma de salmo para comentarlo, no para transcribirlo porque la poesía no admite permutas. El título es “Epulón llama a las puertas del cielo” (Bruno Sáenz, 2012: 58-59). Es un hipertexto -casi todos los poemas de Sáenz son hipertextos- del capítulo 16 de San Lucas, versículos del 19 al 31. Según Sáenz, el rico Epulón, toca la puerta del cielo mientras “agita el triste abanico de papeles fiduciarios, de extraviados adelantos. / Nadie responde. El portero no acude a quitar la aldaba y ocurre, según Sáenz, que todos los collares, las joyas y la seda de su ropa “se ha vuelto harapo […]. Le pesan los eslabones del collar, se hacen de plomo. / No suelta el trozo de cobre con la silueta del César / pero el denario ha perdido su valor de mercancía. / ¿Quién ha de aliviar sus labios con salpicadura / del arroyo que sediento sacia y devuelve el sentido…?” En el Evangelio de San Lucas, el rico Epulón sufre los tormentos del infierno y la falta de agua refrescante que, en el texto de Sáenz, es el agua que “devuelve el sentido”. El hipertexto actualiza la parábola de Jesús con solo mencionar los papeles fiduciarios, término de banqueros, comerciantes, grandes empresarios…

Carlos Bousoño, el preceptista español, en su Teoría de la expresión poética, comenta que la poesía es contemplación de algo superlativo transpuesta a un especial lenguaje, mas, ¿cómo provocar la contemplación emotiva en el lector? El hipertexto de Sáenz apela a la imaginación lírica que no es barroca. “Epulón llama a las puertas del cielo” es un monólogo que concluye con líneas interrogativas, misteriosas y compasivas, alusivas al condenado.

Pero la fusión de lo objetivo con lo subjetivo que caracteriza a la poesía lírica también se da con la actitud que W. Kayser denomina “imprecación lírica”, es decir cuando la voz poética se dirige a la segunda persona del singular o del plural. El siguiente poema de Sáenz, tomado de El aprendiz y la palabra, dedicado a Elena Kols.

Retrato

Tu peso,
haz de hojas y de rosas
circunscrito por las manos anhelantes.

Tu rostro
junto al mío, apenas sí visible,
como la página entreabierta de un libro.

Tu voz,
tan suave a veces, parecida
a la brisa que habla desde lejos.

(Bruno Sáenz, 1984:44)

En este poema el mecanismo contemplativo se produce por la presencia de la metáfora, tal es la comparación del peso de la persona con un haz de hojas y rosas, por la presencia de otra comparación, “como la página entreabierta de un libro” y otra vez con la metáfora verbal, “la brisa que habla desde lejos”. De este modo el lenguaje se connota, se transforma y se apodera del lector. La objetividad se comunica y fusiona con la subjetividad del lector.

Para concluir esta leve visión de la obra de Sáenz, me permiten leer unas líneas del discurso que pronuncié, en 2013, cuando recibí a Bruno como Miembro Correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua:

Puede decirse que en Bruno Sáenz se manifiesta la vocación del escritor muy patente en sus escritos artísticos, más todavía cuando en ellos se presenta las problemáticas de la vida humana en el diálogo agónico, en el sentido unamuniano, con la Divinidad. El hecho es poco común en nuestra literatura y por serlo es digno de admiración y aplauso”.

(Julio Pazos Barrera, 2013: 308).

Gracias.

Referencias

Julio Pazos Barrera, Discurso de bienvenida a Bruno Sáenz, como miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Quito, Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua Correspondiente de la Real Española, N°73, 2013.

Bruno Sáenz Andrade, El aprendiz y la palabra, Quito, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1984.

Bruno Sáenz Andrade, Iluminaciones para un libro de horas, Quito, Rayuela Editores, 2012.

San Lucas, Evangelio, Sagrada Biblia, Madrid, Nácar-Colunga, Biblioteca de Autores Cristianos, 1965.

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