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Palabras de doña Susana Cordero de Espinosa en la incorporación, en calidad de miembro correspondiente, de don Vladimiro Rivas

Compartimos con ustedes las palabras de doña Susana Cordero de Espinosa en la ceremonia de incorporación, en calidad de miembro correspondiente, de don Vladimiro Rivas Iturralde, el pasado 15 de diciembre.

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Para preparar estas palabras he leído, tan lentamente y como el tiempo disponible me permitió, mas no como la obra lo merece, Navegaciones, Ensayos escogidos de Vladimiro Rivas, edición que el Centro de Publicaciones de la PUCE nos acaba de entregar. El orden de los textos es alfabético por apellido de autor o título del tema, y cada ensayo muestra, con alguna rara excepción, la preferencia de Rivas por el escritor estudiado o por temas que lo llaman o a los que él llama con erudición y lucidez. Impulsan su camino literario-cultural y vital dos pre-dilecciones, dos centros de su dilección o su amor: la palabra y la música.

Cada ensayo aporta inquietudes nuevas sobre el autor, obra u obras comentadas y consigue el portento de que quien lo lee extrae de su estilo sabio e insinuante, juicios y razones que contagian ansia de saber. Conmueven sus dos evocaciones de Cervantes, el escritor más antiguo de entre los que, habiendo iluminado su sensibilidad, le exigieron y, sin duda, le exigirán aún inagotable reflexión. Caminan para nosotros Arguedas, Malcolm Lowry, Borges, Melville, Cortázar, Dostoyevski, Faulkner, Fuentes, Vargas Llosa. Entre sus sugerentes puntos de vista he aquí la inolvidable maravilla extraída de su texto sobre La muerte de Virgilio de Hermann Broch:

El primer asombro es anterior a la lectura, dice el ensayista: “¿por qué […] Virgilio en trance de muerte? De las palabras [solicitadas al poeta moribundo por el emperador César Augusto, y no escritas por aquél]… “de esas palabras surge algo que es mucho más que un personaje: surge una bellísima exégesis virgiliana; surge una de las más profundas y explícitas reflexiones sobre la poesía y el conocimiento de que pueda dar cuenta el género narrativo; surge una intensa reflexión sobre el conflicto entre el arte y el poder; surge la discusión sobre las relaciones entre la ética y la estética, y sobre el sentido del arte y la vida humana toda; surge, en fin, una alucinante renovación del mito del mundo sustentado por la Palabra, tarea que solo los libros sagrados se habían reservado para sí.

Siguen ensayos sobre nuestros más conocidos escritores del siglo XX, algunos que se fueron, otros que viven aún; así, Rivas muestra, desde su exilio mexicano, su adhesión a cuando desde la patria le pertenece. Traslada las palabras que Octavio Paz le dijo al recibir personalmente de Vladimiro la noticia de la muerte del gran Carrera Andrade: “Fue uno de los grandes poetas hispanoamericanos, pocos como él en nuestra lengua supieron ver”. Se acerca bellamente a Catedral Salvaje de Dávila, y critica sin concesiones algunos de sus cuentos. Escribe sendos ensayos sobre los poetas Iván Carvajal, Javier Ponce, Bruno Sáenz.

Respecto a nuestros narradores, exalta en “El destierro, metáfora del vacío: El viajero de Praga de Javier Vásconez”, su obra sólida, exigente, irónica y amarga’, así como su dedicación en cuerpo y alma a la literatura, cuya actualidad compara con la longevidad de los cultivadores del realismo social Jorge Icaza, De la Cuadra, Pareja, Aguilera Malta, Adalberto Ortiz o Ángel F. Rojas que “no tienen la culpa de que la literatura ecuatoriana se estancara durante años […] ’, pues “[—] hicieron lo suyo. La responsabilidad recayó en sus sucesores, que […] se dejaron guiar por un pudor moral y aun moralista […] al que es más exacto llamar autocensura, y cultivaron una literatura epigonal, desgastada e insípida, verdaderos monumentos al tedio”. […] Y sigue: después de un vacío generacional solo llenado por los poetas Adoum y César Dávila, entre los sesenta y ochenta aparecieron […] Abdón Ubidia, Raúl Pérez, Francisco Proaño, Eliécer Cárdenas, Jorge Velasco, Jorge Dávila o Javier Ponce…, “En “Las narradoras ecuatorianas en su cuarto propio”, algunas exiliadas, otras, viajeras, nombra a Gabriela Alemán, nuestra académica más reciente; disiento, en parte, de su criterio sobre Humo, que redime en estas palabras: “Hay en Humo un espléndido capítulo final, originalísimo, el del viento que se lleva los papeles de la correspondencia de los dos amigos Andrei y Palamazczuk: ‘las hojas van a parar, llevadas por el viento, a diversos y azarosos destinatarios, pero la narradora nos permite leer el contenido de esas hojas dispersas […] bella metáfora del destino de la escritura, desde una visión pesimista, y prueba de lo que es capaz el arte de Gabriela Alemán”. Avanzan M. Fernanda Ampuero, en sus cuentos, ‘violentos, depurados, crueles’… y Solange Rodríguez, Gabriela Ponce, Sandra Araya, Daniela Alcívar, Mónica Ojeda, esta última, según su lector, audaz y propositiva, cercana al escándalo que no elude en Nefando y Mandíbula. Sobre La escalera de Bramante, de Leonardo Valencia ejerce aguda y generosa crítica: Con pocas novelas, afirma, me he peleado tanto como con esta, pero diré que [su relectura] me venció y acepté con alegría esta derrota”. Aún no menciono a Pablo Palacio, el último escritor que, es mucho más que un personaje y el primero que en la literatura ecuatoriana del siglo XX, resalta Vladimiro es “uno de los grandes maestros de la vanguardia latinoamericana de los veinte-treinta, por su rebeldía radical y elocuente… el más profundamente subjetivo de nuestros escritores. Gran humorista, sus propósitos fueron el extrañamiento y el desprestigio de la realidad”.

¿Se propuso, Palacio tal desprestigio? Sí, tuvo el talento, la aptitud para experimentar el extrañamiento que más tarde lo victimó, en la terrible forma de la locura. Su obra destila el descrédito de la realidad y nos obliga a aceptar que casi un siglo después de Palacio no necesitamos constatar que en la realidad, hoy, solo brilla nuestra egoísta individualidad. Impresiona el estilo sin ruido palaciano aun en los chac chac, del ahorcado. …

Ediciones Libri Mundi publicó en 1991 una tesis magistral de la profesora española María del Carmen Fernández, titulada “El realismo abierto de Pablo Palacio”. Creo que es el trabajo más minucioso y completo realizado sobre nuestro genial escritor. El ensayo de Rivas sobre aquel, publicado en Navegaciones, es del mismo año 91. Ella, en su ingente bibliografía, no nombra a Vladimiro Rivas ni este, a la profesora Fernández. Imagino que Rivas llegó a conocer su obra, la que habría debido reeditarse en honor Palacio, en 2006, a los cien años de su nacimiento lo que, por desgracia, nunca ocurrió. No me resisto a leer parte de su concepto iluminador del sentido del humorismo palaciano: “Poco después de la publicación de Débora, en 1930, Benjamín Carrión enfatizaba la presencia del humorismo en la narrativa de su coterráneo como el signo más revelador de su modernidad. Según el ensayista lojano, la ‘pureza’ y la ‘trascendencia’ con que este rasgo aparece en su obra de ficción colocan a Palacio al lado de Gómez de la Serna, Xavier Abril, Martín Adán, Macedonio Fernández y Oliverio Girondo, entre otros escritores vanguardistas de España y América. Como ellos, Palacio se aleja del costumbrismo satírico y de las producciones chascarrilleras y panfletarias, de rancia tradición en el continente, para situarse en el terreno del humorismo ‘deshumanizado’ apenas cultivado hasta entonces…, y a este propósito, termino con una quizá descabalada, pero sincera reflexión: En el discutible y estupendo ensayo de Rivas, Nacionalismo y exilio en la literatura ecuatoriana, se nos induce a reflexionar sobre colonialismo y ecuatorianidad. ¿Sigue el colonialismo siendo rasgo innegable de nuestra condición? Convengo con Rivas en que no fue fácil liberar nuestras mentes de las ideas coloniales, ni quizá lo sea aún, pues hay muy diversas formas de seguir siendo colonia o de volver a serlo en este mundo infinitamente comunicado y empobrecido por esta misma circunstancia comunicativa. Y pregunto: ¿qué es lo que el escritor debe escribir y cómo, para llamarse ecuatoriano y ser, a la vez universal, sin resistirse a su origen ni a la pluralidad que se le exige? Somos resultado de una historia de circunstancias mediocres, trágicas o cimeras, sin que podamos liberar el pasado de cuanto lo abruma, ni decidirlo hacia una u otra consumación. Ninguna suerte excluye su contraria, tal como acontece en la vida concreta, sitiada en una arista desgarrada entre restricciones que no logramos evadir y dentro o fuera de las cuales tampoco hallamos plenitud. Solo un auténtico creador, un gran poeta se ‘libera’ lenta y sucesivamente en su creación poética, narrativa, ensayística, gracias a la rebelión consciente que le permite disentir y desacordar.

¿Cómo, tras estas exigencias a manera de premisas, sentirnos libres para crear? ¿Qué forma adopta la libertad, sumida en la responsabilidad de cumplir las exigencias que urgen al artista? Amo la intensidad con que Rivas anhela una literatura nuestra y universal, a favor de un cosmopolitismo que, sin negar lo pasado, enfrente el universo de lo posible y luche por referirlo en la palabra. A mi entender, el escritor, toma conciencia de la realidad y de sí mismo en cuanto desterrado: el exilio es su forma de pertenencia; él, ella se van siempre de aquello a lo que pertenecen y que, a su vez, les pertenece y expresa la realidad en sus aristas. Es esta la exigencia sine qua non del existir de un escritor en cualquier patria, el destino que debe plasmar en la palabra, mostrarlo simbólicamente para entenderlo y entenderse. Aquí o allá, lejos o cerca de la patria geográfica, su exigencia no se plasmará en la denuncia, ni en el intento fallido de cambiar la realidad. Hay algo que el escritor liberado de modas y exigencias extrañas que anhela una literatura suya, con o sin referencia explícita al país en que nació y más allá de aquel en el que escribe, descubrirá solo en la busca incesante de su propia palabra. La dificultad es parte de nuestra condición, no solo de la de pertenecer a este pequeño, hermoso y a menudo triste rincón del universo.

Finalmente, no resisto la tentación de reproducir un párrafo del gran periodista, hombre de cultura, don Alejandro Carrión, académico de la lengua, sobre un tema que obsesiona a esta América sumida en sus fracasos, muchos años antes de estas constataciones: “Es curioso ver cómo los comunistas se revuelven contra él, desalentados al comprobar cómo su prosa única, su arquitectura singular, su ‘lirismo ahorcado’ no pueden usarse en propósitos de ‘denuncia social’, ni de ‘realismo socialista’— Pablo era socialista, honda, profunda, honrada, insobornablemente socialista, pero su creación literaria estuvo siempre lejos de todo propósito impuro de propaganda. El genial escritor no tenía por qué ir a preguntar a la secretaría de propaganda del partido cómo debía escribir sus cuentos, sus novelas. Inteligencia infinitamente libre, la del gran escritor no admite pautas ni reglas, ni escribe para que de su obra se sirva partido alguno. La suya es una visión descarnada, aguda, desolada, de la humanidad y en el fondo de ella, despistando a los pocos avispados, hay una sincera simpatía por el infinitamente desvalido”…

Gracias, Vladimiro por toda tu obra. Por tu sentido de la ética del arte y del trabajo bien hecho; la ética de la atención a la patria desde donde estemos.

La de la inquietud trascendental que te anima, la de preguntas sustanciales es la tuya. ¡Cómo no congratularnos de tu presencia entre nosotros?

Quito, diciembre 15 de 2022.

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