
He mirado pasar tu claro río
ahogado en el fondo de tus ojos.
He bebido el ardor de tus sonrojos
y el suave olor de tu cantar sombrío.
Atrás del tiempo y del profundo estío,
de la edad de la piedra y de las rosas,
de la raíz callada de las cosas
ya estuviste en la voz del pulso mío.
Y aun cuando cese su extasiado viento
―que muere como un pájaro en mi boca―
el aleteo incierto de tu aliento
y cese el mío su vehemencia loca,
esparcirá la lumbre de su acento
esta llama que enciende cuanto toca.
(De Breve canción de amor, 1978)