Infeliz y entregado al torbellino
De tristes pensamientos vióme el cielo,
Sin patria, sin amigos, sin consuelo,
Y postrado al rigor de mi destino.
Vagando, como suele de contino
Quien la copa bebió de la amargura,
Mi vista se extendió por la llanura
Que no tiene ni huella ni camino.
¡Era el mar! y su aspecto majestuoso
Largo tiempo detúvome absorbido
En éxtasis profundo y misterioso:
¡Era el mar! que, agitado por los vientos
Mi suerte retrataba enfurecido,
Ó en su calma, mis tristes pensamientos.
(Tomado de Antología ecuatoriana. Poetas, publicado por la Academia Ecuatoriana de la Lengua, 1892)