pie-749-blanco

«¿Por qué ganan los populistas?», por Fabián Corral B.

Lo que ocurre en Argentina constituye un asunto de reflexión sobre la persistencia del populismo, la “vocación democrática” de la gente, los nulos efectos de las experiencias políticas y los desastres económicos, y acerca de los valores o antivalores...

Artículos recientes

Lo que ocurre en Argentina constituye un asunto de reflexión sobre la persistencia del populismo, la “vocación democrática” de la gente, los nulos efectos de las experiencias políticas y los desastres económicos, y acerca de los valores o antivalores que animan a los votantes de América Latina.

1.- ¿Es la democracia liberal un valor social?.- Los populismos de todos los signos son enemigos de la democracia liberal, adversarios de los límites que imponen el Estado de Derecho y la legalidad. Pero, los presupuestos sobre los que se han basado los regímenes de América Latina, desde los días de la independencia, provienen de los postulados de la democracia liberal. El pueblo -en el evento de que en realidad exista “el pueblo” como agente político- en la práctica, ha demostrado su inclinación por la mano fuerte y su fascinación por los redentores, su falta de comprensión por la importancia y la función de las instituciones y por la intermediación de los partidos y la importancia de la legalidad. Hay por tanto, una contradicción esencial que de algún modo explica por qué triunfan los populistas. La democracia liberal no es un valor social que mueva multitudes, lo que sí ocurre con la imagen, el discurso, la demagogia, la mentira y el gesto de los caudillos.

2.- El uso de los sistema electorales.- El populismo, enemigo de la democracia liberal, usa, sin embargo, los mecanismos electorales para ganar, afianzarse en el poder, cambiar las reglas del juego por vía del referéndum y perpetuarse. Aliados importantes en el uso pragmático de los recursos liberales son la propaganda, la demagogia, la descalificación del adversario, el discurso sobre la soberanía, el anti imperialismo y el odio al éxito. La tesis de la instrumentalización de la democracia para construir dictaduras e imponer el socialismo desde arriba, proviene del Foro de Sao Paulo, una vez que la vía revolucionaria quedó descartada con la caída del muro de Berlín y el descalabro de la Unión Soviética.

Los resultados electorales de aquella estrategia han sido exitosos. La elección de Hugo Chávez, en Venezuela inició este camino; siguió Lula da Silva en Brasil (2002); Tabaré Vázquez en Uruguay, 2004; Evo Morales en Bolivia, 2005; Rafael Correa en Ecuador, 2006; Daniel Ortega en Nicaragua, 2006; Fernando Lugo en Paraguay, 2008; José Mujica en Uruguay, 2009; Dilma Rouseff en Brasil, 2010; Ollanta Humala en Perú, 2011; Nicolás Maduro en Venezuela, 2013; Michelle Bachelet de Chile, 2014; Néstor Kirchner y Cristina, que merecen mención aparte.

Todos ellos han persistido en reelegirse, o en mantener el poder con personajes de reemplazo. La lógica es quedarse, y en eso, el populismo concuerda con las dictaduras, y responde a la tradición latinoamericana plagada de seres providenciales, caudillos pintorescos y militares.

3.- Los descalabros económicos e institucionales.- Sin ninguna excepción, la incursión populista en América Latina ha sido desastrosa para las instituciones, la democracia, la tolerancia y la economía. El ejemplo más notable es el de Venezuela. La experiencia, en todas partes, ha sido desastrosa para los derechos de la gente, que sigue votando por ellos. Ha provocado el descalabro del Estado de Derecho y ha generado niveles nunca antes registrados de corrupción. La independencia de las funciones del Estado ha sido víctima de un sistema impuesto con el argumento de rescatar la autonomía de los jueces. Las legislaturas se han transformado en instancias nominales, opacas y obedientes, que construyen estructuras normativas al servicio del poder y del “proyecto” que nunca, en ninguna parte, se ha votado.

4.- La personalización de la autoridad.- Los populistas concentra autoridad y transforman al Estado en un espacio personal, en una suerte de finca, en un “derecho de propiedad” que les otorga el haber sido electos. De ese modo, los canales de relación entre la gente y los gobernantes, ya no son los recursos impersonales de la legalidad. Adquiere trascendencia, entonces, esa suerte de “política de afectos y desafectos”, de pertenencia al club, de interés de los grupos dominantes.

El asunto ha llegado al extremo de que los líderes populistas han hecho de la constitución en una especie de traje a la medida, que responde a la personalidad del hombre fuerte (el híper presidencialismo), a su proyecto, sus políticas y planes. Esas constituciones tiene una incuestionable marca personal. Muchas se aprobaron por referéndum, mecanismo “democrático” pero usado hábilmente para dotar de aparente legitimidad al régimen, a sabiendas, sin embargo, de que el pueblo no lee el proyecto, no sabe derecho constitucional, ni está al tanto de los planes que se ocultan tras los discursos y las promesas.

5.- Pero, la gente vuelve a votar.- Los rigores del descalabro que provocan las medidas populistas, la destrucción de la legalidad, la inseguridad y la pobreza, la migración, afectan sustancialmente a las “clases populares” y medias. El tema, llamativo sin duda, es que, si hay oportunidad, el pueblo vota nuevamente por esos personajes, que no pierden los niveles de simpatía que les otorga una suerte de carisma mediático que se explota sin reparo. La persistencia del peronismo argentino es un ejemplo de cómo un país que fue del primer mundo hasta mediados del siglo XX, hoy es parte del tercer mundo. Y es ejemplo de cómo la gente reelige, o pretende reelegir, a personajes que descalabraron la economía y arruinaron el Estado de Derecho. No importan los juicios ni las evidencias procesales.

¿Hay un entendimiento soterrado, inconsciente, entre el populista y sus votantes? La verdad es que no hay populista sin “pueblo”, no hay caudillo sin crédulos, no hay reelecciones sin votantes. La gente vota, sin temor, hasta por lo que asegura su ruina y la de su país.

Fabián Corral B.