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«Sabiduría e imaginación», por doña Cecilia Ansaldo

Si Solange Rodríguez me dice “tengo algo que contarte para pasar la noche breve que es esta vida”, le hago caso. Así llevo leídos todos sus títulos desde ese ya lejano «Tinta sangre», cuando me autorizó a...

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Si Solange Rodríguez me dice “tengo algo que contarte para pasar la noche breve que es esta vida”, le hago caso. Así llevo leídos todos sus títulos desde ese ya lejano Tinta sangre (2000), cuando me autorizó a incluirla en una antología. Leer sus narraciones me produce una mezcla de reverente exultación, porque identifico la habilidad con que teje sus tramas, así como me sumerjo en sus tremendas sugerencias. Bien afincada en el territorio literario de la fantasía, he volado con sus dragones y vampiros, he asistido al apocalipsis.

Su último libro redondea y ratifica la madurez literaria de quien, sin abandonar Guayaquil, domina el género cuento y es capaz de renovar sus historias al infinito. De un mundo raro se llama esta colección de cabalísticos trece relatos que se yergue como un árbol con raíces en los variados ámbitos de la narrativa fantástica: fantasmas, muertos vivientes, crimen tipo gore, daño climático anunciador del fin, contactos interestelares. Este libro luce como un punto de convergencia de vivencias y lecturas, en el que reconocemos rasgos del paisaje cultural nativo, al igual que piezas del mosaico universal.

Es muy sintomático que el primer cuento se llame “Una poética” y recoja situaciones en torno de una escritora mientras firma libros en Valencia, porque hechos y reflexiones apuntan hacia la escritura, bajo la sombra de César Dávila Andrade, y revelan que “la literatura es una convocatoria a fuerzas ingobernables” y que el personaje habita “una irrealidad líquida y renegrida”. Desde ese cuento, el lector debe estar dispuesto a correr, acezante, impulsado por intensas emociones: “Noche de difuntos”, que mueve en la memoria ecuatoriana la tradición del banquete que debe amanecer en los cementerios el 2 de noviembre, le golpeará el rostro con escenas impactantes, en las que lo sobrenatural emerge sin amaneramientos. Más allá hay un resumen de crímenes; un trayecto dentro de un bus por las poblaciones costeras recrea leyendas y consejas y, con pie en lo que ocurre en la Narnia de C. S. Lewis, hay laberintos que se conectan entre sí dentro de los armarios.

Si la argentina Luisa Valenzuela desmontó Caperucita para girar la tuerca del cuento de hadas, Solange lo hace con Barbazul alcanzando un resultado espléndido: la presentación de una minicomunidad de mujeres que se defiende del seductor que las tiene sujetas. Nuestra autora no renuncia a las posibilidades futuristas de planetas en conexión y en la estirpe de la más noble ciencia ficción, una mujer madura consigue a un marciano para atender su sed amatoria, en medio de un paisaje terrícola decadente.

Como dice la boliviana Giovanna Rivero en uno de los prólogos más inteligentes que he leído, el humor dentro de la narrativa de Solange tiene mucho puesto porque “el conservadurismo de la solemnidad debe ser derrotado con la impudicia de quien le juega bromas incluso a la muerte”. Reímos cuando el marciano evita el amor, cuando una paciente de hospital se hace pasar por difunta, reímos repetidamente a golpes de humor negro. Estos relatos se escriben con lenguaje simbólico, notablemente enriquecido con gracia y potencia sugerente para tratar preocupaciones fundamentales —la destrucción climática, el maltrato a las mujeres, la soledad y la muerte—. Pura sabiduría imaginativa.

Este artículo apareció en el diario El Universo.

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